Bésame...

Te siento pegada a mi espalda, apenas unos milímetros separan mi espalda de tu pecho y apenas unos centímetros causan un desnivel de mis hombros a tu barbilla… un desnivel salvado y vencido por tu boca y por tu aliento que se apoderan de mi oído cuando me hablas tan cerca que mi piel siente un relampagueante escalofrío. Y sin previo aviso, y sin darme tiempo a reaccionar, tu mano invade mi cintura para ir derrapando hasta mi vientre en el que miles de mariposas ascienden hasta mi garganta con tantas ansias de escapar que las dejo ir en un suspiro.

Aunque pensé que no podría reaccionar, pues me encuentro paralizada cual estatua de hierro ardiendo, mi mano se dirige a la tuya y la acaricia sintiendo que te agarras a ella para no naufragar en ese momento al que no sabes ni siquiera cómo has llegado a parar. Me doy la vuelta y te veo ahí, cerca de mí, mirándome sin saber muy bien qué hacer, pero con las ganas dibujada en la mirada. Doy un paso al frente al que tú respondes con un paso hacia atrás y mi sonrisa se asoma a conquistar mi boca. Doy otro paso al frente pero tú, prendada de mi boca, ya no das más pasos al compás de los míos. Ahora soy yo la que te pega lentamente a mí y la que intenta hacer que notes que no estás sola en esto, que simplemente ambas deseamos lo mismo.

Ya no voy a perder más tiempo, necesito sentir eso que hace tanto que deseo, así que mi sonrisa se dirige a conquistar tu gesto torcido por los nervios. Con el miedo a flor de piel, ¿quién no lo tendría? Es lo lógico. Mi mano te acaricia la mejilla y diriges tus ojos a los míos, clavas tu profunda mirada en la mía y no son necesarias más palabras, vuelves a mis labios que, entreabiertos, se dirigen a los tuyos sin oportunidad a que ninguna de las dos frene o reduzca la velocidad a ese beso lento que sabemos que va a llegar. Y el idioma de un suspiro se convierte en una canción al unísono que sale de ambas para llegar a recorrer todos nuestros sentidos y no querer dejar de hablar ese idioma conjunto.